lunes, 28 de octubre de 2013

Un buen drama



Todo drama merece una explicación. ¿La merece? Multitud de frases en un libro, seguidas de punto y seguido. Tras una buena hilera, llegamos a la que cierra con punto y aparte. Otro párrafo. No importa, porque ya viene otro detrás empujando, con nuevas frases, seguidas de punto y seguido. De nuevo un punto y aparte. La sucesión no parece tener fin. Punto y seguido, punto y seguido, punto y seguido, punto y aparte, punto y seguido, punto y seguido... Pero de pronto, súbitamente, sin previo aviso, la frase más inocente de todas tiene un punto y aparte muy especial: no hay más párrafos en la página, tan sólo blanco, blanco, blanco... fin del capítulo. Pero no hay de qué preocuparse: en la siguiente página nos espera un hermanito: iniciándose con un número, con un título, con ambos o con ninguno se abalanza rápidamente el siguiente capítulo de la historia. Y vuelta a empezar: punto y seguido, punto y seguido, punto y seguido, punto y aparte, punto y seguido, punto y seguido... Pero no estaremos contentos con dos tristes hermanitos dados de la mano; qué va, tendremos al menos una decena, un par de docenas o qué se yo. En cualquier caso, una buena familia numerosa. Una familia numerosísima diría yo, con los tiempos que corren. Y todo para buscar una buena explicación al drama.


Por supuesto, en los entresijos de toda esta singular fauna contaremos con multitud de especies minoritarias, de lo más variopintas y, a veces, hasta exóticas: puntos suspensivos, puntos y coma, dos puntos, comas por doquier, incluso podremos encontrarnos con alguna vocal con diéresis (sí, esos dos puntitos que lleva a cuestas, la pobre, sin saber muy bien por qué, pero que se ve obligada a acarrear por la eternidad), aunque estas ya son rara avis. Tendremos todo tipo de vocablos, con los que estaremos más o menos familiarizados, dependiendo de la selva de la que procedamos. Lo que para unos son bestias para otros serán animales domésticos. En cualquier caso, todas estas especies, desde la más común coma hasta palabras con las cinco vocales o con cinco “íes” repetidas en su gentil cuerpo (porque qué drama que se precie no anhelaría contar en su elenco con una sugerente: “Y entonces la sorprendió con aquella orquídea que tanto había soñado, algo que se antojaba casi mágico en aquellos momentos tan dificílisimos de sus vidas”), constituirán una gran fauna, dispuestas en ordenado zoológico y adiestradas por los omnipresentes y siempre diligentes puntos y seguido y puntos y aparte, que hacen las veces de domadores del zoo. Ninguna se escapa, ni tan siquiera osa revolverse contra el “orden” establecido; apenas cabría preguntarse si siquiera tienen voluntad propia, o al cabo son entes abocados a dejar su huella en un papel, quedando su esencia para siempre atrapada sobre el mismo, y de donde ya no levantarán vuelo ni un solo milímetro. Alguien podría aquí protestar y acordarse de los cada vez más populares y extendidos libros electrónicos. Parecen flexibles, livianos y mutables, pero no os engañéis, es sólo apariencia. Porque, la verdad sea dicha, a ojos del lector que es lo que importa, el zoológico está tan quietecito como en el caso de un buen tocho de los de toda la vida. El hecho de que hagamos borrón y cuenta nueva de la pantalla cada medio minuto, no cambia el fondo de la cuestión. Es como desplazarnos de la jaula de los leones a la de los monos, o visitar un zoológico y luego otro distinto, pero todo en el mismo lugar. Al final esto nos lleva incluso a una situación más dramática: el volumen de populacho atrapado en una cuadrícula de cuarenta por veinte es inmensamente mayor. Podemos tener cien, o mil, o diez mil explicaciones al drama en lugar de solamente una. No parece que desaparezcan nuestras frases, nuestros puntos y seguido, nuestros puntos y aparte, todos en sinfonía que se abalanza siempre hacia delante, tratando de hilvanar la explicación. Simplemente están atrapadas en circuitos electrónicos, en lugar de en papel. Pero el zoo lleno de jaulas sigue presente.


Si de lo que hablamos es de una película, un filme de esos imponentes en el que se resuelven plantearnos un drama de los que hacen historia, todo es mucho más gráfico, mucho más directo, mucho más visual. Desaparece la fauna para dar paso a una flora de lo más variopinta; tanto es así, que para un profano en la materia es imposible dar tantos nombres y referencias. Por un lado tenemos a los imprescindibles actores y actrices, muchas veces con toda su familia de ayudantes, personal de apoyo y demás comparsas. Por otro lado está el director general de la orquesta, los directores de cada grupo de instrumentos: de producción, de efectos especiales, de maquillaje, de vestuario, de fotografía, de doblaje... Cada uno de estos directores tiene a su vez su pequeña parcela llena de su flora particular: innumerables trabajadores que aportan su granito de arena a la gran obra. Al final todo constituye un inmenso jardín, que va evolucionando con los días, las semanas, los meses, y a veces hasta los años. Una fina película filmográfica al final inmortaliza todo el espectáculo, en la forma mucho más movido y ajetreado que un libro, en el fondo similar: infinidad de personal, de artefactos y, cómo no, de monedas y billetes contantes y sonantes interpretan el teatro más conseguido de todos los tiempos. Quieren ser “creíbles”, y tratan de simular la realidad lo mejor que pueden: un jardín de variables dimensiones paralizado en un movimiento de hora y media de duración. Quizá dos horas. Quizá tres.


¿Y todo esto para qué? Para darle la explicación merecida a nuestro drama. ¿Merecida? Normalmente la estructura consiste en una introducción donde se explica la horrible crudeza del drama, la cruda realidad, la cruel situación que se da. Un desarrollo o nudo que permite que toda la flora y la fauna anteriormente descritas se desesperen en cumplir con lo que es su verdadera y única razón de ser: explicar por qué ese drama, justificar su presencia, su causa, su motor. Para terminar, un desenlace o fin simplemente nos despide, nos dice adiós y hasta siempre, “esperamos que hayas disfrutado de la explicación”. Porque de entre todos los puntos y aparte tan especiales tras los cuales la página queda en blanco, pero no hay de qué preocuparse porque en la siguiente otro hermanito de la familia nos saluda, hay uno especialmente especial. Aquel que cuando aparece sí que hay de qué preocuparse porque no hay más hermanitos esperando a la vuelta de la esquina. Nos hemos quedado huérfanos, sin más familia. Claro que para entonces, ¡oh sorpresa!, tampoco habrá de qué preocuparse, porque todo habrá sido estudiado durante años de salvaje adiestramiento para que haya quedado tan atado, tan trillado y tan explicado que no haya problema alguno, porque ya podemos sobrevivir sin la familia. “Adiós zoo, hasta siempre, espero que hayas disfrutado de mi visita”. Y fin de la historia. Ya visitaremos otro zoo. O quizá esta vez un buen jardín. Con las mejores rosas y las mejores orquídeas. Sí, quizá esta vez mejor pasearemos durante hora y media por un bonito y frenético paralizado jardín en movimiento. O quizá dos horas. O quizá tres. 


Veremos actores y actrices, fundiremos a negro... pero no pasa nada, porque a la vuelta de la esquina ya vienen más actores y más actrices, flores mecidas al viento deseosas de ser escuchadas... o sólo admiradas, en caso de que sean mudas. Que también las hay. Y volveremos a fundir a negro... y más actores y más actrices; pero no olvidemos todo lo que hay detrás y no vemos. Parcelas del jardín veladas a nuestra vista: encargados de los trajes (que sí vemos), de la iluminación (que nos permite ver, salvo en los fundidos a negro), de los efectos, que tan atractivos nos resultan... de nuevo, en el último fundido a negro, en el que desfilan silenciosas con estruendosa ambientación esas letritas de “The End” todo está atado y preparado: el gran jardín que es la película no necesita más agua porque ya es inmortal. Sus imparables noventa minutos yacen inmóviles en una cinta, en un microchip de ordenador, o en un 8 mm. O quizá sean ciento veinte minutos. O quizá ciento ochenta.


Todo ha sido explicado. El drama tiene sentido. Porque no hay drama sin sentido. ¿Lo hay acaso?


Porque todo drama merece una explicación. ¿La merece?










*         *        *












“Nuria no miraba hacia abajo, por miedo a no soportar el miedo. Sólo podía mirar al frente. Sabía que era su única posibilidad de conseguir hacer lo que se había propuesto hacer. La gravedad, el vacío de diez pisos y el duro asfalto de la lejana calle harían el resto. Solo le quedaba dar un pequeño saltito hacia delante.”










*         *        *










1










2











3




1 comentario:

  1. Se me ha borrado el comentario. Venía a decir esto:

    Pese a poder pecar de insistencia, y habiéndolo dicho en clase, os insto a leer un poco de Palahniuk.

    Precisamente, "Fantasmas". Narra como un grupo de escritores se reunen para "crear". La atmósfera se va cargando del "drama", y termina convirtiendose en un tratado de cómo el ser humano es un animal dramático y miserable.

    Sin tener, la cuestión de fondo es la misma, y creo que este texto te va a gustar. Es de Palahniuk. El blog no es mío.

    http://debajoalejandra.blogspot.com.es/2012/06/fragm-fantasmas-chuck-palahniuk.html

    ResponderEliminar