viernes, 17 de enero de 2014

Página en Blanco

Página en Blanco. Veinte suspiros. Un grito ahogado. Mente en blanco. Apatía visceral.
Me arremolino en torno a una Idea, algo que genere de la nada trazos negros como el hollín, que los plasme en un papel, que les dote de significado. ¿Por qué quedarme ahí? ¿Por qué no aspirar a crear algo que traspase tus pupilas, que se guarde en tu cabeza, que taladre tu corazón?

- Porque no puedes. - susurra una voz femenina, muy suave, como traída por un soplo a mis oídos. - No puedes y lo sabes, pero te niegas a aceptarlo.

No respondo. De todas formas, no creo que mi voz hubiera llegado a tímpano alguno. Las voces tímidas nunca llegan lejos. Los susurros se pierden en el aire. Sin embargo, éste en concreto ha llegado nítidamente hasta mí. Dándome un motivo. Exponiéndome un simple pero contundente argumento que apunta en mi dirección. Acusándome. ¿Cómo defenderme? ¿Para qué defenderme?

- Porque no quieres. - me decido de pronto a responder. - Tienes miedo y proteges tu corazón con mil corazas. Si quisieras, hasta una página en blanco podría cambiarte la vida. - Mi tono suena firme, nada osado, pero sí seguro.

Solo oigo el ulular del viento. Quizá si pudiera hablar su idioma, esa lengua de silbidos y ráfagas... pero los seres convencionales como yo nunca aprendimos esas cosas. ¿Quién podía sospechar semejante extravagancia? Y ahora me hallo solo, sin nadie a quien confiarle mi angustia.

- Yo puedo entender el viento. - esta vez la voz de mujer me sobresalta. Me doy cuenta de que resulta sobrenatural. Atrevida, sensual, confidente. Es una voz sublime.

No digo nada. Sé que seguirá hablando. Una frase como esa requiere de un cierre apropiado. Tras un silencio nada desagradable amenizado por la batuta del viento, no tarda en llegarme un nuevo chorro de sensualidad:

- Y tú puedes entenderme a mí. - unos segundos de pausa, de saboreo delicioso de un manjar infinito. Un postre que se saborea en los paladares del pabellón auditivo. - Eres muy agudo. - nueva interrupción, quizá en este espacio que ocupamos los dos el tiempo está empezando a perder importancia. Quizá ya no distingo los segundos de los siglos. - No quiero, y esa es la razón de que no puedas. Ahora te queda averiguar por qué no quiero.

La lógica es aplastante, inaudita. Nunca antes una mujer me habló con tanto descaro, con tanta osadía. Maldita sea, ¡esta voz a la que no pongo cara está llegando a las raíces mismas de la Realidad!

Necesito pensar. Y sentir. Ambos estamos bailando, y en el baile se necesita pensar y sentir para ejecutar los movimientos con precisión y armonía. Como en la escritura. Pensar y sentir. Sin la existencia del tiempo. Esa es la esencia. ¡Lo tengo!

- Tú no quieres porque no puedes. - Hago una pausa. Nunca en mi vida mi propia voz me había sonado tan firme. Tal vez porque nunca antes había creído en algo con tanta fuerza como ahora en estas palabras. - Te duele, te atenaza, el miedo te desolla... Nunca has sentido tanto miedo como ahora hablando conmigo, desnudándote entera con tu cuerpo invisible y tu voz de sirena encantada.

El tiempo ya no existe. Simplemente las cosas fluyen, en sucesión o todas a la vez, carece de importancia. Susurros, voces, la brisa, el viento, palabras...

- Sabes que mi amor solo es superado por mi miedo...

- Y tú sabes que el miedo forma tanto parte de ti como de mí. De mis historias, de tus miedos. ¿Por qué no lo abrazamos?

- Esas ideas tuyas...

- Esas ideas nuestras te dan miedo, y me dan miedo. ¿Y qué importa eso? Podemos construir un mundo a nuestra imagen y semejanza. Podemos ser Dioses.

- Podemos fracasar, es demasiado ambicioso, jugar a ser Dioses... - va a decir algo más, pero la interrumpo.

- Esto no es ningún juego, no es nada ambicioso, no tenemos responsabilidad alguna. Solo hay que hacerlo lo mejor que uno sabe. Lo mejor que yo sé. Los que quieran morir o matar podrán hacerlo. Pero yo seguiré sacando hollín. La Idea lo es todo. Sin ella tú no existirías. Sin ella yo no existiría. ¡Sin ella la Realidad misma no existiría! ¿Puedes aceptar esto? Tu susurro y mi desdibujada figura perdida ahora mismo entre el viento otoñal somos el milagro de la creación. Somos Idea sobre Idea, una Realidad sacada de la Página en Blanco.

Ya nadie responde. El tiempo vuelve a ser el que era antes de aquellas tres palabras primitivas, Porque no puedes. El viento ha cesado. Estoy en casa. Mi habitación está bien iluminada. Me siento al escritorio. Enciendo el ordenador. El teclado, a escasos centímetros de las yemas de mis dedos, reposa infatigable. Delante de mí la encuentro. El molde para la libertad, para la justicia, para el amor, para el odio, para el miedo, para el horror. El molde mismo de la Realidad.


Una Página en Blanco.











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