martes, 29 de octubre de 2013

Vida

  Todo el mundo adelgaza cuando llega agosto, excepto Madrid.
  Un cuarteto de cigarras arrasa con su jazz esta rivera del rio.

  Esta parte del Manzanares está tapizada con altos álamos y sus hojas, danzarinas, bailan claqué al ritmo del viento.

  Un alarido nos hace descender la vista hacia la dársena.

  Es un puertecito apacible de madera. Sus destartalados dedos de madera están conectados entre sí por telarañas y tablones. En el poste más alto, si te fijas bien, puedes apreciar como un caracol se columpia entre astilla y astilla tratando de alcanzar la cumbre.

  Pero el grito nos hace fijarnos en otra cosa.

  Hay un vestido blanco derramado en la tarima. Entre sus pliegues lágrimas y gemidos de dolor se funden con el cuerpo de una mujer.

  Muelles de obsidiana enmarcan un rostro congestionado por el dolor.

  - Respira, respira...

  El susurro nos lleva a su derecha. Puede ser su marido, o simplemente alguien que pasaba por ahí, el hecho es que entre sus manos atesora unos dedos crispados.

  La corbata sobre el hombro y la camisa salpicada de sangre.

  - Uno, dos. Uno, dos. Dijeron que no tardarían en llegar con la motora...

  El Sol está alto y un nuevo alarido hace que sobre el azul horizonte estival se recorte la sombra de una bandada de globos emplumados. Es una preciosa estampa verlos partir de la arboleda, pero algo más importante está pasando a los pies de los chopos que requiere de nuestra atención.

  - No puede ser, está asomando la cabeza. Aguanta un poco más.


  Los hospitales son tan grandes para que la tristeza no se aburra de pasear en sus pasillos.

  Pero, de vez en cuando, hay una luz que se proyecta en todas las paredes y ahuyenta las sombras del pesar.

  - ¿Qué día es hoy?

  La pobre lo pregunta con la voz tras un telón de sueños.
  Él, sorprendido, levanta el periódico.

  -¡Estás despierta!

  Qué don tenemos todos para reseñar lo evidente.

  -¿Cómo te encuentras? Empezaba a temer que te perdieras en Oz.

  -Bien, pero he soñado con pizzas, y nutella, y mozzarela, y tengo un hambre atroz. ¿Dónde está la niña?

  -Aquí, dormidita. Espera, que te la acerco.

  Y así es como una bolita de azúcar con el cabello castaño se muda de la aséptica cuna a los brazos de su madre.

  Fuera el  hospital parece el mismo pero, si te detienes a observar, verás que una gota de sudor le recorre la frente.
  Tranquilo, con la prisa que merece un descenso tan largo, un caracol recorre la fachada, de la misma forma que ha recorrido estas letras.




J. Saborido

2 comentarios:

  1. "Los hospitales son tan grandes para que la tristeza no se aburra de pasear en sus pasillos."

    Nunca lo había pensado, y cuanta razón.

    Es muy tierno el final. La bolita de azúcar. Respecto a las formas, "ataría" un poco las frases entre sí, poco más.

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  2. Yo también me quedo con la bolita de azúcar de pelo castaño. Y coincido con lo de atar las frases. Quizá una ayuda sería no dejar tantos espacios entre renglones. Úsalos para distinguir entre escenas.
    Un saludooo

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